Fuerzas centrípetas y centrífugas en la I+D

«La mayoría de las invasiones fracasan. Y las compañías que no innovan desaparecen» (Henry W. Chesbrough)

En los últimos años hemos asistido a una progresiva eliminación de fronteras en todos los ámbitos: de capitales, de mercancías, de servicios e incluso en algunos lugares de personas. Este fenómeno ha traído consigo una mayor accesibilidad de las cosas, una mayor inmediatez y un cambio completo de las reglas del juego. Estas barreras, aunque quizás no sea tan perceptible en un primer momento, también se han ido volviendo permeables en el campo del conocimiento.

Rescatando nuevamente a Henry W. Chesbrough y su paradigma de la innovación abierta, se ha constatado cómo las empresas han ido cambiando su concepto del «hecho aquí» al de «generado aquí», compartiendo conocimiento más allá de las paredes de sus áreas de I+D, de las verjas de sus instalaciones, del país donde se encuentra, del sector al que pertenece… La empresa fue comprendiendo que es inútil (y ruinoso) generar conocimiento únicamente in-house y que para desarrollar nuevas soluciones es necesario compartir recursos y diferentes expertise que la compañía no puede asegurar.

Archibugi también incidió (tal y como comentamos anteriormente) en estos mismos conceptos, hablando que en la cima de la globalización de la innovación se encuentra la generación global de la I+D+i, en la que se desarrollan las estrategias de I+D en diferentes países por parte de una empresa multinacional, bien a través de sus filiales en el extranjero, bien mediante la adquisición de empresas extranjeras con actividades de I+D. Y es aquí donde se desarrollan estas fuerzas que que impulsan o detienen la innovación en diferentes países, como bien apuntan José Guimón y M. Paloma Sánchez en su paper «La globalización de la I+D: consecuencias para los sistemas nacionales de innovación«.

Hemos visto que a partir de la segunda década del S.XX (en 1956 IBM inauguró fuera de EEUU su primer centro de I+D, o más tarde Xerox y la creación del PARC) este fenómeno ha ido cobrando cada vez más importancia, y sobre todo a partir de la década de los 90, con la eclosión de las empresas multinacionales, tanto en la naturaleza de la innovación (cada vez hay proyectos más ambiciosos desarrollándose en diferentes países) como en el ámbito meramente geográfico (con una fuerte pujanza de países asiáticos y latinoamericanos). Como dato, el gasto en I+D de empresas multinacionales llevado a cabo en filiales (fuera por tanto de la casa matriz) alcanzó en 2002 el 16% del gasto total (en 1993 fue únicamente un 10%).

Sin embargo, la internacionalización del conocimiento no es un fenómeno determinado e irreversible sino que es el resultado de una suma de diferentes vectores de fuerzas que, en ocasiones suman, pero también en ocasiones se oponen y contrarrestan.

Fuerzas centrípetas

Son aquéllas que concentran la innovación en la sede matriz sin considerar el impulso de programas de I+D en sus filiales. Hay varias razones que justifican este planteamiento, y se basan en primer lugar por considerar estratégico (y parte fundamental de su core business y también parte de imagen de marca y de su enseña) el desarrollo de nuevo conocimiento; por tanto éste debe mantenerse en el país de origen de la compañía. Además hay un motivo menos «romántico» ya que el funcionamiento de un área de I+D única y concentrada es más eficiente en términos de coste (de coordinación, de gestión, de control, protección de resultados, mayores economías de escala, etc.). Todo ello implica un mayor control de las actividades y una cartera de proyectos más fácilmente manejable.

Fuerzas centrífugas

Como se puede suponer, son aquéllas que buscan lo contrario que en el caso anterior, impulsando programas en las filiales de las empresas en otros lugares y fomentando la creación de redes a través del aprovechamiento del capital humano de la compañía, allá donde esté realizando su actividad. Tal y como se apuntó al inicio, el objetivo inicial de la internacionalización se encontraba en una I+D+i evolutiva basada en la adaptación y mejora de las soluciones desarrolladas en el país de origen de forma que se ajustara mejor a la demanda a la que respondían de manera local sus empresas filiales. A medida que las filiales fueron ganando en entidad, expertise y recursos fueron aumentando el nivel de los saltos de conocimiento hasta comenzar a desarrollar proyectos disruptivos que supusieron verdaderas rupturas con el estado de la técnica.

En otras ocasiones se trata de una cuestión inevitable. En las últimas décadas hemos comprobado como el crecimiento de muchas multinacionales se han basado en proceso de adquisiciones y fusiones. De esta manera, las empresas multiplicaron de la noche a la mañana sus centros de I+D, y carecía de sentido (y en ocasiones no era viable realmente) desmantelar los diferentes centros y redirigir el sistema junto con la ruptura de las redes ya definidas.

Además, las empresas filiales pueden aprovecharse -manteniendo el principio de innovación abierta- de la masa de conocimiento general desarrollando a su vez redes de conocimiento con otros actores locales, realizando una inmersión en el sistema ciencia-tecnología-empresa mediante una participación activa en los planes nacionales de I+D, lo que a su vez redunda en el beneficio de toda la compañía, ya que puede aprovecharse de los diferentes incentivos fiscales existentes en los países donde opera.

Así pues, los incentivos fiscales nacionales se presentan en un plano diferente al atraer y estimular la generación del conocimiento, o dicho de otro modo, catalizar la descentralización de la I+D. Así, y poniendo ahora el foco en el estado, las ventajas derivadas de la puesta en marcha de estos instrumentos (subvenciones y/o deducciones fiscales) son tanto directas como indirectas.

Directas porque obviamente aumenta el gasto de I+D nacional, se creará empleo (y de alto valor añadido), mayor conectividad con otros estados a través de programas de colaboración y nuevas oportunidades en nuevos mercados y países gracias a las redes de la empresa multinacional.

Indirectas porque facilita la generación de spillovers al colaborar con empresas locales, pudiendo compartir y desarrollar nuevo conocimiento de forma cooperativa, pudiendo estas empresas locales acceder a nuevos mercados y «aprovecharse» de las redes creadas, también por incrementar el nivel de capacidad tecnológica que debe tener la competencia para competir con la empresa filial. Por último, también se genera un efecto reputación al aumentar la visibilidad de la actividad de I+D nacional que puede, a su vez, atraer a nuevas empresas y fortalecer el tejido de conocimiento y la robustez del sistema ciencia-tecnología-empresa.

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